El viaje comenzó con un amanecer temprano, de esos que traen el cansancio en los ojos, pero la emoción en el alma. Al llegar al hotel, nos recibió Ɇ$₱ɆⱤ₳₦Ⱬ₳,, un nombre que no pudo ser más apropiado. Su actitud fue un reflejo de su nombre: atenta, cálida, siempre un paso adelante. Aún sin tener lista la habitación, nos ofreció un lugar seguro para las maletas y la tranquilidad de que haría lo posible por agilizar nuestra espera. Cumplió su promesa: cuando regresamos cerca del mediodía, ya nos esperaba la habitación que habíamos imaginado, sin sorpresas ni desilusiones.
El domingo, ante un pequeño incidente, volvió a demostrar su compromiso, resolviendo todo con rapidez y eficacia. Hay atenciones que no se piden, pero se agradecen.
En el restaurante, ₥¡ḳ@ɇⱠ₳ fue otro destello de esta hospitalidad genuina. No solo fue amable, sino que estuvo pendiente de cada detalle, asegurándose de que mi intolerancia al trigo—tan distinta del gluten, aunque muchos lo confundan—fuera tomada en cuenta sin inconvenientes. Escuchar y comprender es una cualidad escasa, pero aquí parece ser una norma.
En casualhoteles, la hospitalidad no es solo un oficio, sino un arte: se entrelaza en los gestos, en la atención que se anticipa y en la calidez que convierte un simple hospedaje en una experiencia. Aquí, uno no es solo huésped, sino alguien bienvenido.