Después de subir 60 escalones de muerte nos encontramos una habitación un tanto destartalada, con desconchones en las paredes, la cortina caída por un extremo y muy fría, pues la calefacción se apaga por las noches. Siendo el plato de ducha pequeño, pequeñísimo, lo peor era el teléfono: la manguera rota hacía que el agua saliera por todas partes menos por la adecuada y un artefacto extraño a modo de grifo no facilitaba en absoluto la regulación de la temperatura. La tetera para calentar agua estaba en el suelo, pues el cable no daba para poderla poner encima de un mueble. Durante los tres días que estuvimos no repusieron té ni café ni veo ni nada. Uno de ellos entraron a estirar las sábanas y el otro, como era domingo, ni eso. Pero lo realmente increíble es que, durante toda la estancia, no fueron para llevarse si quiera la basura...
La parte positiva: la cordialidad del personal y el típico desayuno inglés incluido en el precio. Pero 70€ al día en enero y a una más que considerable distancia del centro de la ciudad, tampoco es un precio irrisorio.
Le hacen falta unas mejoras mínimas y muy poco costosas para ganar mucho en categoría.