Las ventajas del hotel -ubicación, instalaciones, amabilidad del personal- se ven contrarrestradas, al menos en agosto, por la enorme afluencia de huéspedes. Puede decirse, en ese sentido, que el hotel "muere de éxito", y el único momento de tranquilidad llega a eso de las nueva y media de la noche, cuando el resto de clientes (europeos) han termindado de cenar y se han desplazado a la zona de espectáculos. Entonces, solo entonces, si uno ha llegado a tiempo, se disfruta en la terraza del frescor de la noche mediterránea y las opciones, muy correctas y variadas, del bufé. El resto del tiempo, nuestra habitación, pegada a la cafetería, era lugar de paso de todo el mundo.
En general, tuvimos desde el principio la sensación de habernos equivocado de (clase de) hotel, porque lo nuestro es más bien salir y explorar los sitios a los que viajamos, incluso con niños, en lugar de tomar posesión de una hamaca junto a la piscina con litros de bebida y un afán nada estival de no perderse ni una sola actividad del hiperactivo programa de festejos. A quien le guste ese plan, que escoja este hotel u otro de los millones que parece haber en Mallorca.