La impresión del hotel al llegar es buena. El exterior bien conservado, pero las habitaciones/interior tienen un aroma a rancio que echa para atrás. Reformado sólo a trozos. El baño te transporta a los años 50... que es desde cuando no se ha reformado.
La limpieza regular. No destaca para bien ni para mal. Eso sí, mejor no mires por esquinas/muebles.
Había enseres de antiguos clientes (parecían, para más inri, productos no muy, ejem, modernos).
La TV no funcionaba. Nos daba igual, ya que mejor aprovechar el viaje a estar en esa vetusta habitación. Pero es un detalle que deja en evidencia el escaso mantenimiento/preocupación por el hotel.
Mucho ruido industrial por la noche. No sé exactamente de dónde provenía, pero del exterior no. Algún aparato extractor o similar.
Y del personal mejor ni hablar. Seguramente lo peor. Te daban ganas de salir corriendo antes que preguntarles nada. Más secos que la mojama. En cuanto te ven aparecer, en lugar de estar atentos, bajan la mirada a la mesa. Mucho papeleo deben de tener, los pobres.
Supongo que habrá mejores sitios en Lisboa. Pero vamos, allí sólo se preocupan por sacar tajada del turista, no por tratarle bien. Impuestos para todo. Hay excepciones, claro. Que se queden con sus cosas ellos solitos.
La ubicación no es mala. Cerca de la parada de metro "Campo Pequeno". Alejado del centro, eso sí.